Presentación del libro «Alcibíades» de Platón

En el salón de honor del Instituto de Chile fue presentado el día 29 de agosto el libro Alcibíades de Platón, cuyo texto fue editado y traducido por D. Óscar Velásquez, y publicado en la colección de traducciones de Ediciones Tácitas.

En la ocasión se refirieron a este trabajo el profesor en Filosofía Antigua de la Universidad de Cambridge, D. Nicholas Denyer; el académico de número de la Academia Chilena de la Lengua, D. Antonio Arbea, y el director de la colección, D. Cristóbal Joannon.

Es un placer para mí participar en la presentación de esta edición del Alcibíades de Platón hecha por Óscar Velásquez. Una publicación como esta constituye un acontecimiento verdaderamente importante en el ámbito de los estudios clásicos en Chile, que no sólo muy de tarde en tarde tienen ocasión de entregar un libro a la comunidad, sino que, hasta ahora, nunca habían ofrecido uno con las características de este.
Se trata, en efecto, de una publicación bifronte: dos volúmenes separados que comparten un mismo nervio central: la edición crítica del texto griego del Alcibíades. En uno de estos volúmenes, el de tapa roja, la edición crítica viene prácticamente desnuda, solo acompañada de su correspondiente aparato crítico y precedida de un prólogo en latín de 15 páginas, referido a la labor crítica realizada por el editor. El otro volumen, el de tapa blanca, trae la edición crítica acompañada de una traducción al español, de un nutrido cuerpo de notas y comentarios, y de una extensa introducción a modo de amplio estudio sobre la obra. En este punto corresponde felicitar a Cristóbal Joannon y al equipo de Ediciones Tácitas por la excelencia técnica de su labor editorial, puesta a prueba exigentemente en este caso.
De los dos rostros de este Jano Alcibíades, el más llamativo, por cierto, es el primero. Su prólogo en latín es un auténtico tour de force, donde Óscar Velázquez hace gala de una destreza que no le conocíamos. En su conjunto, los dos volúmenes son algo así como una pieza musical a dos voces y representan tal vez el opus maximum de nuestro editor.
Los interesados en el detalle de la enorme y compleja labor crítica llevada adelante por Óscar Velásquez en este trabajo, encontrarán una completa información sobre el particular en la introducción del volumen de tapas blancas. Aquí yo solo hablaré en general sobre esa labor, destacando algunos aspectos que me han llamado la atención.
La crítica textual es el conjunto de operaciones dirigidas a reconstruir un texto cuando este se nos ha trasmitido con corrupciones, y el resultado de estas operaciones es lo que se llama edición crítica. La crítica textual existe, pues, porque inevitablemente existen errores de copia en la transmisión de las obras. Incluso en la copia que un autor mismo hace de una obra suya, regularmente hay errores. La crítica textual, pues, intenta reparar estos errores. Una edición crítica, por tanto, es otra cosa que una edición anotada, o una edición paleográfica, o incluso una edición de variantes. El adjetivo crítica en la expresión edición crítica es una voz que entronca con el verbo griego krínein, que significa ‘decidir’. En una edición crítica, el editor decide el texto, confirmándolo o enmendándolo, y decide el texto no solo allí donde hay lecturas divergentes en los distintos manuscritos de una misma obra, sino también cuando, habiendo unanimidad entre ellos en una determinada lectura, a su juicio hay buenas razones para pensar que esa lectura no es auténtica.
Hasta allí, en la teoría, el asunto es claro. Lo complejo viene a partir de allí, cuando hay que tomar decisiones respecto del establecimiento de un texto. La introducción mencionada de Óscar Velásquez hace un notable relato de las distintas complejidades con que se encontró en esta materia y de cómo las resolvió. Allí el lector podrá constatar que la crítica textual es un terreno en el que casi todo lo que no es trivial es altamente problemático, y que requiere, de parte del editor, raciocinio y conocimientos, pero también fantasía y buen gusto, virtudes todas que aquí nuestro editor exhibe cabalmente.
La crítica textual es el nervio de la filología. Si la filología fuera un barco, la crítica textual sería algo así como la sala de máquinas, lugar al que ningún pasajero necesita ir, cuya existencia incluso puede ignorar, pero del que no se puede prescindir para navegar.
A la filología le interesa fijar con exactitud los textos para poner a disposición de nosotros uno confiable, saneado, que se acerque lo más posible al original. Le interesa la letra, porque ella es el vehículo del espíritu. Y porque cree que la mayor parte de los pecados contra el espíritu de una obra arrancan de pecados contra su letra. En cierta ocasión, el director Juan Pablo Izquierdo, abordando asuntos relativos a la interpretación musical, advertía que lo primero que había que hacer frente a una pieza –y que a menudo no se hacía– era simplemente tocar todas sus notas.
El buen filólogo se caracteriza básicamente por su espíritu crítico, por su amor a la verdad. (La verdad con minúscula: el filólogo no hace metafísica. Tal vez habría que decir, mejor, que el filólogo se caracteriza por su amor a las verdades.) Para él, el argumento de autoridad no tiene un valor especial, y nada es dado por descontado. En este aspecto, la conducta de Óscar Velásquez me parece muy acertada. Sabe situarse muy bien entre el rigor y la soltura —como debe ser—, apartándose tanto de las fantasías de un hipercriticismo como de las timideces de un conservantismo exagerado. Así, por ejemplo, comentando una de sus decisiones, dice por ahí, con prudencia, que «la unanimidad de los manuscritos no debería ser subestimada» (nota 66). En otro lugar, en cambio, muestra su adhesión a decisiones críticas fundadas en razonables conjeturas (pág. 48).
En cuanto a sus notas, debe destacarse el hecho de que Óscar Velásquez nunca deja sin explicación las decisiones críticas que piden un comentario, sobre todo cuando ellas divergen de las de estudiosos precedentes. Al mismo tiempo, sin embargo, como lo dice él mismo, «espero no haber hecho nota alguna por razones artificiales».
Y fue muy grato para mí toparme, en medio del tratamiento de un arduo asunto relativo a los escolios, asunto particularmente técnico, con la afirmación de que… ¡»el asunto tiene su fascinación»! Y es que Óscar Velásquez hace su trabajo disfrutándolo, con placer, enamorado del conocimiento, del descubrimiento, gozando del saber. Disciplinada como debe ser, su tarea filológica nada tiene de burocrática, de funcional.
Tampoco la filología de Óscar Velásquez se queda en los detalles lingüísticos o gramaticales, sino que ella sabe transitar hacia ámbitos de mayor significación humana. Es una filología consciente de sus virtudes, pero también de sus límites.
A propósito me parece recordar aquí una anécdota. Se remonta a los años 80, época en que yo trabajaba en el Instituto Pedagógico de la U. de Chile, en Macul. Nuestro Departamento de Castellano ocupaba, dentro del campus, una de las antiguas residencias de estudiantes, el así llamado Pabellón C (si no recuerdo mal), edificio de tres pisos. En cierta ocasión, conversaba yo, en las afueras de este edificio, con una profesora de literatura, quien, rivalizando conmigo en broma acerca de nuestras respectivas disciplinas y afirmando la superioridad de la suya sobre la mía, me decía: «Pero fíjese usted: el Departamento de Filología está en el segundo piso, en tanto que el de Literatura, en el tercero: eso simplemente significa que la literatura está por encima de la filología». A lo cual, siguiéndole el juego, se me ocurrió responderle: «Sí, está bien; pero usted debe reconocer que para llegar al tercer piso es necesario pasar por el segundo».
Así concibe Óscar Velásquez la filología: como un camino. Un ameno camino, un camino hasta fascinante… pero un camino, un método, para acceder con propiedad a los textos del pasado.
Desde el temprano Renacimiento hasta hoy, los humanistas han estado alentados por la convicción de que el pasado es efectivamente penetrable. Pero hay que saber que el pasado es una ciudadela muy bien fortificada, de altos muros y sólidas puertas, invulnerable a las embestidas ciegas. Para entrar a esa ciudadela solo existe un medio: tener las llaves de la filología, las claves de la lectura cabal de los textos. Filología, en este sentido, es el camino obligado de todo lector genuino, de todo aquel que pretenda el bien de la cultura, de todo aquel que desee recibir la entrega que el pasado nos hace de su riqueza en los textos. Entendida en estos términos, la filología es el método de las humanidades.
Para concluir, quisiera señalar que una de las más altas experiencias intelectuales humanísticas es justamente el trabajo de interpretar un texto clásico. Es un trabajo deliberadamente modesto, pero capaz de dar inmensas satisfacciones. En esta labor de interpretación, labor muy poco espectacular pero altamente exigente, la lectura —cosa que Óscar Velásquez hace muy bien— es concebida como una actividad rigurosa que transita reiteradamente de lo pequeño a lo grande y de lo grande a lo pequeño, y en la que el lector va recreando en sí mismo el espíritu objetivado en la obra. Todo humanismo es, en este sentido, filología, pues, sin los rigores del análisis textual, no cabe, dentro de las posibilidades de una cultura con tradición, con historia, con pasado, pretender la mayor formación espiritual que ella puede dar.
El Alcibíades de Óscar Velásquez, en suma, con su rigor y su fantasía, con su sana y refrescante doctrina filológica, se inscribe así en la mejor tradición de los estudios clásicos en Occidente.

Presentación Alcibíades de Platón
en edición de Óscar Velásquez

Cristóbal Joannon


Autoridades presentes, amigas y amigos:

Hace cinco años fundamos la colección de traducciones de Ediciones Tácitas a la cual pertenece el libro que hoy presentamos: el Alcibíades de Platón. El primer título publicado fue El discurso fúnebre de Pericles de Tucídides, en edición bilingüe y traducido óptimamente por nuestro amigo el profesor Antonio Arbea. La colección es variada en temas y autores: incluye poesía china y japonesa, a Catulo y a Horacio, al poeta inglés Tom Raworth y al Premio Nobel griego Odiseo Elytis, entre otros. Hace poco más de un año lanzamos aquí mismo el Filoctetes de Sófocles, traducido por el Premio Nacional de Humanidades Roberto Torretti, que incluye una copiosa sección de comentarios al texto original. ¿Qué tiene en común todo esto? Pensamos que tiene en común la calidad de sus traducciones, realizadas por autores –hasta ahora– exclusivamente chilenos; al fundar la colección tuvimos en mente mostrar que aquí se han hecho y se están haciendo muy buenas traducciones en castellano chileno. Con la publicación del Alcibíades de Platón, del profesor Óscar Velásquez, hemos querido dar un paso “académico” al asumir el reto editorial de poner en circulación un aporte filológico significativo: una nueva edición crítica del diálogo, en la cual se han tomado como base los seis manuscritos más importantes conservados de esta obra. Estudios de este tipo aparecen sólo de tarde en tarde en el mundo hispanoparlante.
Este magno trabajo del profesor Velásquez, inédito en nuestro medio local, es de alguna manera la culminación de una serie de saberes adquiridos por él durante largos años: la filosofía de Platón y el conocimiento de sus comentaristas, la lengua griega y las técnicas paleográficas que ellas –y sólo ellas– permiten tratar con los códices directamente. Para nosotros, los editores –y aquí incluyo a su diseñador y diagramador, Miguel Naranjo–, esta aventura ha sido también un desafío mayor. Hemos tenido que “inventar” métodos para cumplir con la tarea, métodos que sería engorroso y muy posiblemente extravagante explicar aquí, pero que ustedes pueden imaginarse: manejar de manera coordinada el texto griego con su aparato crítico –no pocas veces extenso– frente al texto traducido al castellano, sin perder la coherencia de la paginación de Stephanus en ambas páginas, por ejemplo. Hemos aprendido haciendo, como alguien diría usando la jerga de las técnicas pedagógicas en uso. Al realizar este trabajo, en el que los computadores son de muchísima ayuda, no he dejado de preguntarme cómo lo hacían antes, en el mundo análogo, o bien mucho antes, en el mundo mecánico, los diseñadores y los operarios de las imprentas. Hay una labor relativamente anónima, hecha en las sombras, que es para sacarse el sombrero. Cuánto esfuerzo debió demandar la diagramación y puesta a punto para la imprenta del Lexicon de Liddell & Scott, por nombrar unos de los hitos cumbre de la filología. En las ediciones de Oxford, de entre los años cincuenta y setenta, figura en la página de créditos lo siguiente: “Oxonii. Excudebat Vivianus Ridler, architypographus academicus”. Al señor Vivian Ridler deberían nombrarlo patrono de los editores, diseñadores y diagramadores de obras clásicas. A lo largo de este proceso, que comenzó en diciembre pasado y terminó hace un par de semanas, con Óscar nos hemos acordado de él un buen número de veces, luego de largas tardes dedicadas a la preparación de los archivos y corrección de pruebas. Como habrán visto en la invitación al lanzamiento, junto a esta edición bilingüe publicamos también un libro más breve –Platonis Alcibiades– que sólo incluye la edición crítica –es decir, el texto griego y su aparato crítico– y cuyo prólogo está en latín. Este libro, en cuanto a forma y fondo, sigue las tradicionales ediciones académicas que hace Oxford y Cambridge University Press y otras editoriales de renombre. ¿A qué se debe esta publicación paralela? Diría que es una apuesta casi experimental: hacer una edición crítica con todas las de la ley siguiendo el modo estándar. Su autor es chileno, el libro se hizo en Chile y es publicado por una editorial chilena. ¿Es un gesto patriótico? Sí, desde mi perspectiva lo es. Hay que distinguir entre el patriotismo y el nacionalismo. Este último resalta lo propio excluyendo lo distinto, a veces de manera irracional; suele verse en una relación conflictiva con lo extranjero y se concibe a sí mismo como superior por razones a menudo metafísicas y por ende no comprobables. Sus aprensiones geográficas son, en el fondo, bastante risibles. El patriotismo es otra cosa; es una manera de querer al propio país, de contribuir a él, de valorar lo propio y compartirlo con el mundo. En un contexto como este, es algo así como decir: si ellos lo hacen –aquellos países que admiramos–, también nosotros lo podemos hacer. A fines de los noventa un amigo quince años mayor que yo aludió en su conversación a “hacer algo por Chile”. Pensé que estaba ironizando; hoy no.
Sobre el diálogo y la naturaleza del trabajo realizado por Óscar Velásquez hablarán los profesores Antonio Arbea y Nicholas Denyer. Es importante resaltar que el aparato crítico del texto griego –la indicación de las variantes de los distintos manuscritos– es de interés casi exclusivo de eruditos (y curiosos), pero la fijación del texto griego puede verse como un aporte más amplio. Platón goza de lectores “de a pie” –como hoy se dice– y esos lectores leen normalmente traducciones de un “original” reconstruido (salvo en el caso de que ese “original” sea la transcripción de un solo manuscrito, por ejemplo del Clarkeano que se conserva en la biblioteca Bodleiana). Pues bien, Óscar nos hace entrega con esta publicación de un “nuevo” diálogo, una “nueva” versión de él; el aporte puede ser considerado universal ya que el nuevo texto servirá como base para futuras traducciones a distintas lenguas. Respecto a la edición canónica del Alcibíades de John Burnet, de principios del siglo pasado, la editio Veláquez opta en más de cien oportunidades por otras alternativas textuales.
Como sabemos, en la Antigüedad el diálogo Alcibíades era empleado como una introducción a la filosofía de Platón (y a la filosofía en general). Para muchos estudiantes de filosofía, Óscar ha sido la puerta de ingreso al estudio de Platón, de manera que entre este trabajo puntual suyo y su posición como profesor de pregrado (a veces del siempre arduo primer año), hay una analogía. Borges dice que es difícil enseñar literatura, pero que sí se puede en clases mostrar algo transmitiendo un entusiasmo privado por ciertos libros y autores. El entusiasmo de Óscar por Platón y los griegos ha marcado a generaciones. Recuerdo notables clases suyas explicando la alegoría de la caverna del libro séptimo de la República, las particularidades del círculo socrático, en qué sentido Las nubes de Aristófanes es más filosófica de lo que parece, la relación entre Eurípides y la sofística, la sicología convencional de Jenofonte. Al ocuparse del Fedro en una oportunidad se extendió sobre un arbusto que aparecía en el diálogo –el agnocasto o sauzgatillo–, que él había plantado en el jardín de su casa –no recuerdo ahora cómo fue que consiguió las semillas–, y también nos contó que un grupo de académicos ingleses, liderados por el profesor John Sinclair Morrison, había construido una trirreme ateniense para salir a navegar y de paso estudiar, entre otros detalles y de manera empírica, la comunicación entre los remeros y el timonel, por ejemplo, o el sistema de ventilación interno de la embarcación que permitía resistir los calores del verano del Ática. Todo esto es parte del amor a los clásicos; no es algo secundario o accesorio. Hay una continuidad entre estos relatos que comparto ahora con ustedes y su contribución filológica de primer orden.
En sus clases sobre Platón, Óscar ha enfatizado el valor de este diálogo. Recuerdo a mis compañeros de curso –entre los que me incluyo–, allá por el año 1993, en el Campus Oriente de la Universidad Católica, preguntándonos qué es conocerse a uno mismo. De manera esperable, no teníamos una respuesta medianamente suficiente sobre el punto, pero estábamos en verdad persuadidos de la relevancia de la pregunta y de la tarea que esa pregunta demandaba. Explica el traductor en su libro: “El conocimiento de sí no es iniciado por una introspección sino mediante una proyección hacia el otro, es decir, un otro que resulta otorgarme un marco apropiado de comprensión espiritual, y en el que se refleja la individualidad de mi propio ser”. Esto nos pareció revelador: es con los otros y entre los otros donde –quizás– logremos averiguar algún día quiénes somos, no en el aislamiento ascético en el que se prescinde del resto de los hombres. Sin tener muy claro qué era la filosofía, nos pareció que si ella consistía en “amar la sabiduría”, ese amor exigía poner en práctica el diálogo como vía para dar con la verdad. Había, pues, que comenzar a dialogar ya, a participar de esta larga, larguísima conversación, que ha sido la filosofía desde sus orígenes.
Si bien la autenticidad del diálogo ha sido cuestionada, pero sólo desde comienzos del siglo diecinueve por el filósofo y editor de los diálogos de Platón Friedrich Schleiermacher –tema sobre el cual el profesor Velásquez discurre en el prólogo y aclara de manera convincente la discusión, tomando entre sus fuentes de apoyo el trabajo del profesor Nicholas Denyer–, contar con una obra de Platón en nuestro catálogo es motivo de orgullo y felicidad. ¿Qué puede decirse sobre el discípulo de Sócrates que no se haya dicho? Escribe Bernard Williams en su libro The Sense of the Past: “No tiene sentido preguntar quién es el filósofo más grande de todos; para empezar, hay muchas maneras de hacer filosofía. Pero podemos decir cuáles son las distintas cualidades de los grandes filósofos: fuerza intelectual y profundidad; conocimiento de las ciencias; un sentido de lo político y de la capacidad creativa y también destructiva del hombre; un amplio alcance de miras y una imaginación fértil; una indisposición a conformarse con lo que brinda la seguridad superficial y, en un caso inusualmente afortunado, los dones de un gran escritor. Si preguntamos qué filósofo ha combinado, más que cualquier otro, todas estas cualidades, para esa pregunta ciertamente hay una respuesta: Platón”.
Contar con la presencia aquí del profesor Nicholas Denyer, fellow del Trinity College de la Universidad de Cambridge, es un honor. El profesor Denyer, un reconocido platonista, es el autor de la edición comentada de Cambridge University Press del diálogo que hoy nos reúne. Le agradecemos su inmediato interés –cuando le contamos del proyecto– por venir a Chile a este lanzamiento y a realizar actividades académicas con estudiantes y profesores. Contar también en esta presentación con el clasicista Antonio Arbea es otra razón para alegrarse. A su largo conocimiento del profesor Óscar Velásquez, de quien fue muchos años colega en la Universidad de Chile y en la Pontificia Universidad Católica, se junta el hecho de que él es parte del consejo editorial de nuestra colección de traducciones. Por último, y no es menos importante, le agradecemos a la Academia Chilena de la Lengua que nos acojan aquí y muy especialmente le queremos agradecer el apoyo permanente en este tipo de actividades que nos ha dado nuestra amiga Adriana Valdés, miembro de número de la Academia y también miembro de nuestro consejo editorial.

Muchas gracias.